martes, 14 de febrero de 2023

Vegiversary

 


If slaughterhouses had glass walls, everyone would be a vegetarian

Paul McCartney

 

Desde que era adolescente me picaba la idea de ser vegetariana. Es decir que la mía no fue una decisión repentina.

 

De hecho, siempre me impresionaba (me molestaba) ver un churrasco muy crudo o ver el pollo típico con las patitas mochas para arriba en la fuente… Por no decir nada de esos chanchitos en las mesas de los grandes banquetes o el pavo de algunos festejos. A la vez, me pasaba esto: adoraba comer sanguchitos de pasta de atún con rodajas de tomate y lechuga (en pan lactal). Adoraba el vitel toné. Un sándwich de salame y queso (con una cocacola) era lo más exquisito que podían ofrecerme. Claro que no asociaba esa pasta de atún con un ser. A esa rodaja saladita de salame no la asociaba con un ser. No pensaba de dónde venía el vitel toné. Creo que esa desconexión tiene un nombre, pero no lo recuerdo. Hay murallas de hierro entre los animales y mi plato (Paul lo dijo tan bien…).

 

Hace unos años estaba en Cartagena (Colombia) y fuimos a comer con una amiga a un barcito precioso, sobre el mar. Estaba muerta de hambre cuando llegamos. Recuerdo que al entrar el mozo nos mostró unas peceras donde nadaban muchos peces hermosos. No entendí muy bien qué dijo o no presté atención. Hora de pedir la cena. Luego de mirar el menú, elegí un pez parecido a la merluza, que llegó al ratito... ¡con cabeza y todo! En la cabeza se destacaba un ojo enorme, crítico.

 

Bien. Me di cuenta de que no iba a poder comer ese pez así, en todo su cuerpo completo con ojo acusador. ¡Pero estaba con hambre! Algo había que hacer. Mujer de recursos. Le tapé la cara con una servilleta. Pero no. No pude. Comí solo las papas y luego el postre.

 

Pasaron los años y seguí comiendo carne, pero siempre bien tostada o si tenía un aspecto “alejado” del animal que había sido el dueño de eso que yo iba a comer. Desconexión absoluta entre mi placer y el sufrimiento de los animales culturalmente “comestibles”. Y pongo el elemento cultural porque si nos detenemos a pensar, en algunos países nos horroriza que en otros se coma… lo que no es habitual para nosotros. ¿Qué diferencia existe entre matar (para luego comérselo) a un mono o a un pollo? (La preposición es enfática). Víboras, monos, insectos, pavos, ovejas, pulpos… todos son animales.

 

La vida me cruzó con Fernando Walker y Luciana Lovatto, dos colegas vegetarianos muy conocedores del tema, además. Les conté que tenía muchas ganas de ser vegetariana, pero que no sabía cómo hacerlo y ni siquiera si sería capaz de hacerlo. Me regalaron un libro que, literalmente, me cambió la vida (La dieta ética de Molto y Vilaplana). No me hizo falta ver los videos tan duros que te muestran las tristes vidas de las vacas, estáticas, esperando la muerte. No fue necesario ver los videos de los pollitos despanzurrados como si fueran objetos. No fue necesario leer todo el libro siquiera para tomar la decisión irreversible. En la primera página decía algo así como: para que el humano coma a la vaca, esa vaca vive solo un tercio de la vida que normalmente viviría, que le correspondería vivir. Me cayó la ficha con ese solo dato.

 

El 14 de febrero de 2013 me dije “es hoy”. A partir de ese día nunca más comería carne. Acá estamos. Festejando que pasaron diez años desde esa decisión, desde ese momento bisagra en mi vida.

 

En un día tan relacionado con el amor, festejo la decisión de no comer a otros animales. ¿El énfasis en otros? Es porque yo no soy mineral ni vegetal. Soy un animal también. ¿Más inteligente que otros? Sí. Justamente. Soy un ser más inteligente que puede buscar otras fuentes de alimento. ¡Algo que es mucho más obligatorio dado que vivo en el siglo 21! No soy una mujer de Neandertal que solo dispone de una lanza con la que salir a matar para poner algo en el cuenco primitivo.

 

¡Viva el amor! ¡Viva la vida! (la de todos)