Trabajamos el bello y misterioso 18 con la profesora de Poetry en la facultad. Días y días paladeando el querido y doblemente lejano inglés del Bardo.
Analizado que había sido, la profesora nos pidió que lo tradujéramos. Olvidables traducciones. Todas.
Luego nos leyó la de Manucho. Trampa, pensé. Y ese día entendí que no se puede traducir poesía si no se es, como mínimo, escritor; como obvio, poeta.
Aurora Humarán