sábado, 28 de julio de 2018

Etymolovegy (Bluetooth and its logo)






Mis primeros amigos



La primera imagen que viene a mí cuando pienso en mi niñez es la imagen de algún libro abierto. Cuando un libro se abre (spoiler, se viene un cliché), no solo se está ante dos hojas, sino ante trillones de mundos posibles: acá, lejísimos, ayer, dentro de unos años o en la Edad Media. ¡Los libros son pasajes! No hay nada más hermoso que recordarme tirada boca abajo y patas para arriba con las narices apuntando hacia esos mundos que ellos me regalaban.

Mis mejores amigos de infancia fueron Ray Bradbury, Agatha Christie e Isaac Asimov. Tenía otros, pero ellos eran los favoritos. Nadie antes me había regalado seres de ojos amarillos. Era lógico que los amara más.
 
Mis amigos venían conmigo de vacaciones, a pesar de las protestas de mis padres. Teníamos el Citröen de Mafalda así que era complicado llenarlo de cosas para la playa y, además, una biblioteca andante. Recuerdo que los dejaba para último momento y los ponía, como podía cuando no me veían, entre mis piernas o en algún hueco.

En unas vacaciones en Gessell pasó algo inolvidable: la casa que alquilamos tenía ¡biblioteca! Rápido calculé cuántos podía leer en esas dos semanas porque muchos eran desconocidos para mí hasta ese momento (Lovecraft, por ejemplo).

Los amigos de mi infancia me regalaban, además de viajes, palabras. Este amigo, con el que quiero terminar estas palabras, me regaló magia y algunas palabras que nunca entendí (y que, para mi propia sorpresa, nunca busqué en mis diccionarios). Me acercaba a su significado por el contexto (esto del contexto lo aprendí más tarde, claro), pero quería dejarlas así: desconocidas, ondulantes, exóticas para mis oídos argentinos. Sus palabras tenían misterio… Misterio y plata de luna, al mismo tiempo.

Aurora Humarán


Juan Ramón Jiménez y Platero

lunes, 16 de julio de 2018

¿E o no e? That is the question....



De todos los intentos por tener un idioma más justo, creo que la “e” es la mejor opción y por motivos obvios: se puede decir (lo que no ocurría con la “@” ni con la “x”).

La "e" reemplaza(ría) a la “o” del genérico masculino que nos invisibiliza a las mujeres. Todos los maestros >>> Todes les maestres. No desaparece “todos los maestros” (para hombres) ni “todas las maestras” (para mujeres). Aparece una tercera opción que abarca al colorido abanico de géneros posibles, pero sin invisibilizar a nadie.

Algunas palabras ya existen con su “e”: cliente, presidente. Las feministas hace tiempo venimos pidiendo que se explicite la “a” que nos dice: clienta, presidenta, etc. Lo mismo ocurre con la palabra miembra para el ya existente miembro y el posible miembre. ¿Por qué no?

En el proceso, encontraremos escollos, cosas que sonarán rarísimas (el neutro de odontólogo será odontologue), pero es lo de menos. Lo importante es que se esté hablando sobre este tema, que se entienda que la igualdad también puede y debe reflejarse en la lengua porque las palabras nos dicen y nos hacen.

Aurora Humarán




miércoles, 4 de julio de 2018

Blanca Aurora Basterra de Ávila Cunha


Tantas cosas en común con mi amada Ieia (Blanca Aurora Basterra de Ávila Cunha). Su pasión por la lectura. Su curiosidad casi enfermiza. Su cabeza más dura que mil rocas. Me hubiera venido bien algo de su pragmatismo, pero bueno... 

Mientras estuvo acá nomás, en la vida, conocí varios de sus amores sobre los que hablábamos (Borges, Alfonsina, la docencia como una actividad que es noble y que ennoblece, la Justicia como meta, la obsesión por la verdad como un TOC...). Otros de sus amores se me presentaron tarde en la vida (el peronismo, Victor Hugo, Émile Zola).

La Ieia fue maestra de grado, maestra de villa de emergencia, maestra de las reclusas que estaban presas en el Convento de Salta e Independencia. Fue directora, becaria de la OEA, representante ante el gobierno de un incipiente sindicalismo docente de su provincia de la tierra colorada (Misiones). 

La Ieia era peronista y mi abuelo un gorila extremo. Nada la detenía. La Ieia era actriz, algo que mi abuelo detestaba, pero a ella no la frenaba nadie y a seguir disfrutando de Pirandello y otros amigos.

Siempre fue mi amada Ieia (y sé que fue mutuo, la convertí en abuela a los 42 con mi llegada tan inoportuna y ruidosa). Siempre fue mi Hada. Siempre lloré balbuceando "Ieia" entre mocos.
La Ieia no es más, pero sembró lindo y bueno. Brindo por eso en otro 4 de julio sin ella.